En la entrada anterior de este blog conté que 2021 participé con dos obras del "22º Encuentro Provincial de Poetas y Narradores" en el marco de la Feria Regional del Libro de Villa Constitución. Esos textos fueron: "La Casa" y "Puertas", este último obtuvo la Mención Especial del Jurado, pero ese ya lo publiqué aquí mismo. Ahora es el turno de compartir el primero, un relato que transcurre en plena pandemia de Covid 19, en algún momento de 2020.
La casa
Ironía del destino, siempre aborreció la
casa, desde que se mudaron a ella cuando apenas era un adolescente. En
realidad, le temía, era una sensación extraña, indefinible, había ciertos
lugares en los que se le erizaban los cabellos y un escalofrío la recorría el
cuerpo. No siempre era en el mismo sitio y en los mismos momentos del día. Pero
cada tanto allí estaba esa sensación. Aparecía y se iba. Y eso lo asustaba. Por
suerte, en aquellos primeros tiempos en la casa, estaban las invitaciones para
dormir en la de algunos de sus amigos; después llegó la etapa de la facultad y
se fue alejando. Y también estaban sus padres, pocas veces estuvo realmente
solo en la casa.
Salvo aquella vez...
Pero no quería recordarlo, menos ahora que
estaba de nuevo en la casa, un regreso circunstancial que de pronto se
convirtió en una estadía prolongada e incierta. La pandemia lo obligó al
aislamiento y en soledad. Sus padres estaban en una situación similar en casa
de sus tíos, allá en Córdoba. Y el aquí. Solo en la casa. Como aquella vez...
Unos 10 o 12 años atrás... Pero eso era algo que no quería recordar...
Se obligó a comer algo, pero el aroma de
la pizza recalentada no lo tentó, tenía un nudo en el estómago. Sentía una
aprehensión que lo atenazaba. Un olor antiguo, como de una humedad densa y
palpable lo alcanzó, venía desde el fondo de la casa, desde una de las
habitaciones que se destinó a depósito de aquellas cosas sin uso pero de las
que la familia no quería -o no podía- desprenderse. Le decían la "pieza de
los cachivaches". Y de allí provenía ese olor en principio tenue pero que
parecía aumentar con el correr de los minutos.
Ese olor se mezcló con sus recuerdos,
acicateados por la soledad y el encierro. Sintió la necesidad acuciante de
salir, de huir, de buscar el aire libre y fresco del otoño. Afuera se escuchó
el paso de un rondín instando a mantenerse aislado, a quedarse en casa. Poco a
poco se extendían las primeras sombras anticipando la noche que no tardaría en
llegar. No sabía qué hacer. Decidió encerrarse en su pieza, un encierro dentro
del encierro. Aquella vez le sirvió, pero sabía que no sería igual, demasiadas
cosas habían cambiado.
Aquella vez también estaba solo, sus
padres habían salido. Era un día caluroso, afuera el sol castigaba con fuerza
la calle gris y desolada, pero dentro de la casa el ambiente era agradable. No
hacía calor, todo lo contrario. Nunca supo o no pudo recordar cuando comenzó el
frío, primero advirtió un olor raro y se le puso la piel de gallina mientras
miraba televisión. Luego sintió como si una mano fría se le apoyara en el
hombro y ese frío le invadió todo el cuerpo. Un súbito ataque de terror lo
paralizó, sentía la opresión sobre su hombro, demasiado firme como para ser
solo una sensación.
Con un esfuerzo indecible, pese al miedo,
giró su cabeza para ver quién lo sujetaba. No había nadie, pero la sensación de
la mano sobre su hombro persistía. Saltó del sillón, las piernas le temblaban,
jadeaba ahogado por el temor, sudaba y
no podía salir de allí. Sintió que iba a desmayarse, cuando de reojo vio
un extraño movimiento en la puerta que daba al pasillo que comunicaba el living
con las habitaciones. Fue una sombra fugaz, oscura, con cierta forma humana,
que desapareció rápidamente. Entonces, tomó fuerzas y en lugar de huir de la
casa se encerró en su pieza a rezar, a pedir ayuda divina, en ese tiempo era
creyente y un puntual asistente a misa, todavía creía en Dios. Por eso sabía
que ahora todo era distinto, ya no tenía fe ni nada que lo protegiera de las
sombras y el frío.
Luego de aquella vez los encuentros con la
sombra y el frío continuaron esporádicamente, aunque solo ocurrían cuando
estaba solo, siempre precedidos por ese extraño olor. Ya no hubo un contacto
palpable, todo se reducía a la súbita sensación de frío y a percibir -siempre
de reojo- el movimiento oscuro en algunos de los rincones o puertas de la casa.
Pero ello no alejaba el miedo. Finalmente, fue el quien se alejó de la casa, a
estudiar arquitectura, con pocos regresos, hasta ahora que estaba otra vez solo
y asustado.
Encerrado en la escaza protección de su
pieza, sin poder rezar, sin esperanza de una ayuda sobrenatural, sintió frío de
nuevo y un cansancio agobiante; pese a su juventud se sentía muy agotado, como
si la casa le hubiera succionado todas sus fuerzas. Algo luchaba en su interior
y peleaba por reprimirlo, algo que no quería recordar, algo que supo o intuyó
aquella primera vez. Entonces el recuerdo fue más claro, más nítido, además del
frío, el olor, la mano fantasmal, aquella vez hubo un susurro, una voz apenas
audible, un mensaje que el miedo sepultó y que el horror le obligó a olvidar.
Entonces las sombras aparecieron en la
habitación y lo rodearon. Pero ya no tenía miedo, solo resignación. Había
recordado el mensaje susurrado: -Te elegimos. Algún día vendrás con nosotros,
algún día serás como nosotros.
Desde aquel momento la casa tuvo una
sombra más en sus rincones y un poco más de frío en su interior. Afuera, el
rondín insistía en recordar: -Quedate en casa.
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