jueves, 3 de junio de 2010

1992. TALLER DE PERIODISMO Y NARRATIVA

Hurgando en mis archivos encontré el "Cuaderno Nº 1" (y único) del Taller de Periodismo y Narrativa que, en el ya desaparecido Centro Cultural de Rivadavia 1373, coordinaba Yu'i Páez (de quien ya hablé en otra entrada de este blog). 
En este trabajo publiqué por primera vez un relato, "Libertad de Prensa", el cual reproduzco más abajo. Sumo también algunas imágenes de ese cuaderno que se editó en Agosto de 1992. También encontrarán el índice de textos y autores que lo componen y una breve introducción que escribiera nuestro coordinador.











LA INOCENCIA Y LA ENVIDIA
Rubén Oscar Zarza…………………....Pag5
REGRESO SIN GLORIA
Claudio Damián Nieto Acosta............Pag.6
CHAMPA Y LA JUSTICIA
Daniel Porfiri..........................................Pag.    7
SUEÑOS PELIGROSOS
Sonia País...............................................Pag. 11
UN INVENTO FRACASADO
Ramón Ricardo Diaz..............................Pag. 13
MADELEIN
Marcela Villarreal...................................Pag. 15
LIBERTAD DE PRENSA
Ariel Gómez............................................Pag. 18
EL COLECTIVO
Natacha Perez Novoa............................Pag. 20
LOS  SOLES DK RITA
Fabiana Castro.......................................Pag.  23
DESENLACE
Angelita Ciarello.....................................Pag. 25
VIDA DE RICOS
Graciela M. García..................................Pag.  27
A VECES LAS NOCHES DE MAR  DEL 
PLATA SON MUY  ESPECIALES
Laura Andrea Reboratti.........................Pag. 28





Libertad de Prensa

Pedro Barros era un oscuro periodista, cuarentón y resignado al anonimato de los policiales. Alternaba su actividad en el diario con un programa en una FM de barrio donde despuntaba su pasión por el tango. Precisamente esa noche silbaba uno de Cadícamo mientras conducía el remendado 128. Eran cerca de las tres de la madrugada, y como siempre, repetía el gastado trayecto entre el diario y su casa. Noche y rutina, siempre igual.
Llegando al barrio, en esa esquina donde hay un baldío que las luces y la municipalidad ignoran, vio un grupo de gente y escuchó confusos gritos. Disminuyó la velocidad y pudo ver asombrado cómo un joven que estaba caído era golpeado con saña por una patota. Inmovilizado por la sorpresa, observó cómo los agresores dejaban a su víctima y se dirigían en busca de una muchacha, que hasta el momento no había visto, distraído por la acción anterior. La chica pedía ayuda a gritos, los que se perdían en la soledad de la noche. Un estremecimiento le heló la sangre y quiso hacer algo. En ese instante reconoció al que parecía ser el líder del grupo. Y la anterior sorpresa dio paso a un completo estupor. El violento jefe era el hijo de un importante empresario textil, que él conocía bien, ya que una parte importante de los ingresos del diario se debían a su auspicio. Lo inesperado de la visión le impidió toda reacción, quedó como detenido en el tiempo, sumido en una gran confusión.
Los gritos de la chica lo devolvieron a la realidad. No lo pensó, aceleró y escapó del lugar, perseguido por su temor y el lejano sonido del ultraje.
Pedro Barros nunca fue  un periodista que se la jugara. Por supuesto que de joven había tenido ideales y motivos de lucha, pero al ver a muchos de sus compañeros perder el trabajo o encontrarse frente a puertas cerradas por no callar cosas conve­nientes, prefirió otro camino. Decidió agachar la cabeza y esperar. Se prometió a sí mismo que cuando lograra un espacio y un nombre en e! ambiente cambiaría. Entonces llegó Marisa, el casamiento, y luego su hija. La que el año próximo ingresaría en la facultad buscando ser periodista como su padre. Has tarde vinieron otros dos chicos, y al trabajo hubo que cuidarlo más que nunca. Y así lo encontraba la medianía de su vida, resignado a la indiferencia, con un triste sueldo y con los ideales olvidados muy lejos, detrás de mil renuncios.
Después de aquella noche pensó mucho, se replanteó todo lo hecho, y lo dejado de hacer. Buscó en sus hijos la respuesta que no encontraba en su interior. Luego comentó con el jefe de redacción del diario lo que había visto. La respuesta fue la esperada. El empresario era demasiada importante para la subsistencia de todos, además tenía contactos políticos de peso. Meterse con él, o con su hijo, podía ser catastrófico. Así que fue necesario callarse la boca. Llamarse a silencio. Una extraña sensación de amargura, indignación e impotencia lo invadió. Debía elegir entre la demacrada ética y el trabajo. Ya no estaba para empezar de nuevo, pensó en los pibes, recordó que en otras oportunidades ya había callado, aunque nunca en un caso que lo tocara tan de cerca. Esta vez él era testigo. Pero antes estaba la seguridad de su familia. Fue así que ni los lectores, ni sus oyentes se enteraron que el hijo de un encumbrado empresario comandaba por las noches una violenta patota.
Pedro Barros escribió su última noticia un mes después de aquel incidente. Cuando se suicidó la noche posterior a que una patota violara a su hija.



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