En el centro. Mario Carrillo, a su izquierda Ernesto Parrilla. |
El viernes 23 de septiembre, día en que Villa Constitución cumplió 66 años de su declaratoria de Ciudad, algunos villenses nos dimos a celebrar otro acontecimiento de relevancia: la presentación del primer libro de Mario Carrillo. Periodista y gran tipo, por lo tanto colega y amigo. Y como me lleva una década de ventaja, también es uno de mis maestros.
"Los amores del Sr. Comisario", se llama esta obra compuesta por cuentos de su autoría y de la cual me enorgullece ser uno de los prologuistas, junto a otro admirado y querido amigo, Ernesto Parrilla, multipremiado autor local.La fiesta fue en el espacio de Arte y Cultura de Casa Mural donde una importante cantidad de público acompañó este feliz alumbramiento.
Comparto con Uds. el prólogo que escribí y en el cual encontrarán detalles de un libro que es menester leer, sobre todo si se es villense.
Palabra Viva
Queridos lectores, permítanme comenzar con una definición
trillada pero no por ello menos efectiva, ya que Mario Carrillo –porque de él
hablamos-, cumple con aquella frase de León Tolstoi que resume la labor que
debe cumplir un escritor: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Pero Mario da
la sensación que va un poco más allá, él es su aldea. Mario es ese barrio
Talleres que tan bien pinta en sus escritos, ese barrio que fue el primero de
Villa Constitución y, por ende, Mario también es Villa Constitución, por eso
sus textos son de lectura obligatoria para los villenses. No obstante sus
personajes, con otros nombres y en otros enclaves, son universales y así
cualquier lector puede disfrutar los, y sin dudas identificarse con ellos, como
si se reencontrara con viejos conocidos.
Aunque hay una salvedad a esa universalización, Villa
Constitución es una ciudad compleja y única, y esa complejidad también se
advierte en los escritos de Mario. Un rápido repaso de la situación geográfica
tal vez sirva para aclarar este concepto. Villa Constitución conforma el taco
de la famosa bota santafesina, es como un espolón que se hunde en el amarronado
Paraná. Es una ciudad bañada por ese río, por lo tanto es litoraleña, pero
también la rodea la pampa húmeda, y es agraria y gringa; y la recorre el cordón
industrial y es metalúrgica; y los metalúrgicos son hombres llegados desde las
más diversas provincias, por lo que Villa creció de golpe a fuerza de
inmigrantes, y tiene una polifonía de voces y acentos. Y tiene un pasado
portuario y ferroviario, y por todo ello carece de una identidad definida.
Todo ello se encuentra en los cuentos, relatos y poemas de
Mario: el río, el puerto, la ciudad, el campo, el ferrocarril, el barrio, el
pasado, los trabajadores, la gente. Pero Mario también es complejo y
polifacético. Repasemos: como deportista fue boxeador, judoca, karateca y
rugbier –además de ser hincha de Independiente-, lo cual le da a su obra la
impronta y la fortaleza de un atleta, de alguien que trabaja las palabras como
si trabajar sus músculos; también fue
prefecturiano, bancario y quién sabe cuántas cosas más, lo que le permite una
mirada amplia y profunda del mundo que lo rodea. Y, por supuesto, es Periodista –así, con
mayúscula-. Este último oficio le faculta una elaboración aguda, detallada,
escrutadora, de sus personajes.
Y aquí se presenta otra salvedad necesaria de marcar porque
también hace al resultado de la escritura: Mario es un periodista de pueblo
–aunque también podría decirse “del pueblo”, lo que implica una sustancial
diferencia con los periodistas de las grandes ciudades. Allí se es conocido a
nivel mediático pero anónimo en la calle; aquí se es conocido por todos en todo
lugar, muchos de los cuales saben qué puerta golpear –o patear- para encontrarte
y hacerte saber sus opiniones sobre tu labor, las que no siempre son
halagüeñas. Pero esos son gajes del oficio. Lo cierto que esa proximidad con la
gente hace que uno, como periodista –yo también lo soy- tenga una relación más
estrecha con los personajes sobre los que luego escribirá hasta, a veces,
convertirse en ellos en el papel.
Además, como buen periodista, Mario quiere revelar aquello
que a veces queda velado a la mirada cotidiana de la ciudad, recuperar aquellas
historias pequeñas que hicieron en su sumatoria a la historia mayor de su
pueblo. Mario busca, hurga, reencuentra y reinventa anécdotas, relatos,
personajes, situaciones. Nos hace contemporáneos de aquellas cosas que nos
cuenta y no podemos menos que reconocernos en cierta forma en ellas. Yo que soy
villense como él –aunque una década menor-, me emociono con su obra, rescato
parte de mi infancia y viejos recuerdos familiares porque viví cosas parecidas.
Es una misma nostalgia y no tengo pudor en decir que leyendo algunos de sus
cuentos alguna lágrima se me pianta.
Pero a no equivocarse, no todo es melancolía y añoranza por
el barrio que se fue, Mario es un tipo de gran humor, a veces provocador y un
tanto socarrón, por eso transitando sus cuentos uno salta de la ensoñación o la
nostalgia a la carcajada irreverente o la sonrisa condescendiente. A esta altura siento que me reitero, que queda
más que evidente que este libro que tienen en sus manos es completamente
disfrutable. Para los villenses sin duda lo será porque encontrarán numerosos
nombres conocidos, para aquellos de otras latitudes no creo que haya demasiada
diferencia porque estos personajes y sus vivencias se hallan repartidos por
todo el orbe.
Sobre el epílogo de este prólogo me permito una breve
reflexión. Un escritor siempre deja en sus obras una huella de su personalidad,
de aquella madera que lo conforma y esa savia que lo nutre y alimenta su
imaginación. Cuando esa personalidad es polifacética como el caso de Mario
Carrillo, lógicamente el resultado es similar. En un mismo libro puede exhibir
un amplio muestrario de las más variadas situaciones personales como así
también de su entorno. Por ello me atrevo a afirmar que este no es un libro de
cuentos y relatos, tienen en sus manos una sustancia viva que los atrapará.
Esto es un alma en tinta y papel. Esto es Mario Carrillo viviendo en lo que más
ama: las palabras.