En 1986, a 10 años de la Noche de los Lápices, conocí a Pablo Díaz, único sobreviviente de aquellos fatídicos e infaustos sucesos. 5 años después recordé ese primer encuentro en una nota que escribí para el Semanario Tiempo y publicada en su edición del 27 de septiembre de 1991, con una ilustración de Gustavo Lelli.
Hoy, a 25 años de la Noche de los Lápices la recuerdo a manera de homenaje a Pablo y al resto de estudiantes.
Y LOS LAPICES SIGUEN ESCRIBIENDO
Cuando conocí a Pablo, personalmente digo, ya conocía su
historia a través de un libro, que ojalá nunca se hubiera escrito, es decir, ojalá
nunca hubieran acontecido los sucesos que tan fielmente relata. También lo
conocía por una película tan dolorosa, por lo cierta, que me obligó quedarme
sentado en mi butaca golpeando contra ella, mudo de impotencia. Cuando conocí a
Pablo, ya conocía su historia.
Y me dolía,
Y allí estaba Pablo, diez años distinto. Pero era el mismo
adolescente, idealista, solidario, soñador, enamorado. Pese a lo sufrido,
seguía siendo el mismo de la historia. En ese momento no entendía muy bien de
dónde sacaba fuerzas para seguir. Lo entendí tiempo más tarde, en la facultad,
cuando oí aquella consigna, que también canté y que dice: "Somos de la
gloriosa juventud argentina/la que hizo el Cordobazo, la que peleó en
Malvinas/a pesar de los golpes y de nuestros caídos/la tortura y el miedo, los desaparecidos/no
nos han vencido". Y no vencieron a Pablo, como no vencieron a su
generación. Su generación, y aquí me permito citar al mismo Pablo: "Yo soy
de una generación que se entregó por completo a un proyecto determinado de
país. Con una metodología distinta, desde ya, pero con la pureza de llevar
adelante una liberación, con la pureza de volcarse a las villas, a los barrios.
De asumir, cada uno, en su sector un compromiso, una participación. Pero
también de sumar un sentido de justicia más un sentido social".
Era el mismo Pablo, en la forma de ser. Aunque su mirada era
más triste, su sonrisa melancólica. Pero es lógico lo acompañan los fantasmas
de una generación que secuestraron, torturaron, violaron, mataron, y
desaparecieron. Al igual que lo hicieron con sus amigos. Y así están en él, los
truncos 18 años de Horacio y Daniel, los 17 de María Clara, los 16 de Claudio,
los 14 de Francisco, y los especiales 16 años de Claudia, de esa Claudia que
aún baila en la melancolía de sus ojos.
Cuando conocí a Pablo, les dije, ya conocía su historia. Sabía
de aquella fatídica noche de La Plata. Aquella infame y dolorosa noche del 16
de setiembre de 1976 cuando sus amigos fueron secuestrados por fuerzas
parapoliciales. Sabia de esa historia que señala que cinco días más tarde, el
día del estudiante, también Pablo es secuestrado. Pero Pablo sobrevive a la
larga noche que dura meses y reaparece. Sus amigos no, ni muertos ni vivos, ni
siquiera la dignidad de una tumba para su injusto final.
El único crimen fue ser jóvenes, con todo lo que ello
implica.
El delito fue pelear por un boleto estudiantil. Simplemente
por esto desaparecieron. Dice María Seoane, autora del libro que cuenta la
indignidad de esta historia: `Todavía hay gente que piensa que los
desaparecidos adultos andarían en algo. ¿Qué argumentos puede haber, sin
embargo, para asesinar a quinceañeros?. Nunca está tan lejos de la muerte que
en la adolescencia; nunca más lejos la tentación de poder que en esos años.
¿Qué razón desquiciada puede justificar este crimen?.
Cuando conocí a Pablo, después de conocer su historia, supe
algo que ya intuía, de haber nacido antes yo podría haber sido uno de ellos. Un
desaparecido. Lo digo con estremecedor orgullo, pero sin miedo.
Y por eso hoy escribo la historia de Pablo, como parte de mi
historia. Recuerdo aquí a León Gieco cuando canta: "gente que avanza se puede
matar/pero los pensamientos quedarán...". Y por allí anda Pablo, porque
según sus propias palabras: "...cada uno de nosotros hoy, participando de
las distintas formas está reivindicando la lucha de esa generación que hoy no
está, y está llevando adelante las banderas que hoy yo estoy llevando. No
hacernos más que caminar o volver a andar con toda la pureza de esa generación
que hoy no está o que fue duramente reprimida".
y que sigue por allí, cantando, junto a los jóvenes. Porque
tiene los sueños intactos. Porque tiene una historia que contar y seis nombres
que recordar. Porque él es Pablo Díaz, la voz de una generación que hoy no está.
Porque él es el sobreviviente de La Noche de los Lápices. Porque él es una de
las razones por la cual, pese a todo y a algunos, pese a los asesinos, los
lápices siguen dibujando el deseo de un país más justo y solidario, El es Pablo
Díaz, y por el los lápices siguen escribiendo.
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