El jueves (6 de octubre), a las 13 horas, falleció en el
Hospital Samco de nuestra ciudad de un paro cardiorespiratorio, Nicolás Gabino
Leguizamón, más conocido como "El Buscavida". Personaje ligado
indisolublemente a la Plaza de la Constitución. Tanto que sus familiares
expresaron que "Siempre quiso que le pusieran una plaquita en la esquina
donde el vendía su garrapiñadas. Si lo podemos hacer posible toda la familia
estará agradecida".
Aprovecho este espacio para recordarlo recuperando la nota
que le realicé en el año 1999 para la sección El Personaje de la Semana, de
Diario EL SUR. Fue publicada el viernes 12 de marzo de aquel año.
NICOLAS LEGUIZAMÓN:
EL BUSCAVIDA
La figura de Nicolás
Leguizamón se encuentra, hoy por hoy, asociada en forma inseparable con la
fisonomía de la Plaza de la Constitución, en la esquina de San Martín y Lisandro
de la Torre, tanto que muchos lo suponen villense, aunque en realidad vive en
Empalme, localidad a la que arribó hace más de tres décadas, proveniente de
Santiago del Estero. Incluso su nombre es ignorado por la gran mayoría que simplemente
lo conoce como: «El buscavida», apodo que ostenta con orgullo, ya que es la
forma que eligió para vivir, libre, en la calle, conversando con todos e intercambiando
un recíproco afecto ganado en base a honestidad, generosidad y buen humor.
Desde Santiago del
Estero
Conversar con «El Buscavida» no se hace fácil, a cada momento
debe interrumpir el diálogo para responder a algún saludo. Pese a ello, a la
sombra de los añosos árboles de la plaza Nicolás Gabino Leguizamón me cuenta su
historia, esa que se inició el 18 de agosto de 1947, cuando nació en un pueblito
de Santiago del Estero llamado Pintos, «pero hace muchos años que vine para
acá, ya soy más santafesino que santiagueño», acota.
Con respecto a su llegada a nuestra zona los recuerdos no
son muy precisos. «Yo tenía. más o menos, dieciséis años», dice. Vino del «campo,
donde lo único que se veía eran animales, pero no había ningún porvenir, nada,
por eso vine para Santa Fe». Llegó solo ya que eran sólo dos hermanos, «yo, el
único varón, y mi hermana que está en Córdoba. Mi abuelos tenían campo, y al
morir ellos se hizo la sucesión y todos nos apartamos».
Las Cuatro Esquinas
Cuando llegó el momento de elegir el nuevo destino «mi madre
eligió Córdoba y me quiso llevar, yo no quise ir con ella y como tenía una tía acá
en Santa Fe me vine para su casa». Esa casa está ubicada en el paraje «Las
Cuatro Esquinas», cerca de Empalme. «Ahí empecé a trabajar, después me fui a
Empalme, me instalé y formé mi familia». Una familia constituida por su esposa,
Ambrosía Taborda y sus hijos Luis Alberto, Juan Eduardo y Emilce.
Volviendo a su primer tiempo en la zona recuerda que «había
muchísimas chacras y me dediqué al trabajo rural. Después me fui a Empalme, entré
en las empresas (contratistas) y andaba así. También fui albañil... me la fui
rebuscando, siempre golpeando por las casa.. por eso me dicen el buscavida». De
pronto recuerda que «pasé muchos años vendiendo plantas en la calle» y aún hoy
se dedica al cultivo de plantines.
Plantas a domicilio
San Nicolás fue una ciudad que también conoció de su tesón y
fuerza de voluntad, allí vendía plantas, recuerda que «me preguntaban a qué plantas
me dedicaba si árboles, cítricos, yo les decía que sé. Tenía una libretita
donde anotaba todo lo que me pedían. -¿Y cuándo va a volver a traernos el
pedido?, me preguntaban. -El domingo, les decía. Entonces el domingo a primera
hora agarraba el auto, le colocaba un acoplado, y me iba a San Pedro con mi
hijo y de allá veníamos cargado de plantas, apenas quedaba un lugarcito para
sentamos nosotros. Y hasta las once o doce del domingo estábamos meta repartir
plantas en San Nicolás, a domicilio".
Con aroma a
garrapiñada
En cuanto a su presencia en la plaza, ésta tiene su
historia: «Mededicaba a la venta de flores en la calle, los martes, miércoles y
viernes me iba al mercado de flores (En Rosario) Y tenía un amigo que trabajaba
en el banco en Rosario y tenía un puesto en Caferatta y Urquiza. Trabajaba en
el banco y a la tarde tenía un puestito (de venta de maní garrapiñado). Nos
hicimos amigos y era un lugar donde me gustaba ir a comer garrapiñada».
«Un día me dice: -¿No te interesaría, allá en Villa
Constitución, tener un puestito como éste?. -Nooo... le digo yo, es muy difícil».
Pese a su negativa el amigo se comprometió a enseñarle su arte «y empecé, cada
vez que iba a Rosario me iba a ese lugar, y me dedicaba a hacer la
garrapiñada». Así pasó un mes cocinando garrapiñada, «tres veces por semana, un
ratito, hasta que abría el mercado, después me iba a comprar flores».
En la plaza
Al tiempo recibió la aprobación del maestro: «Ya estás preparado
para hacer manzanas, pororó y todo eso». Así que «me presenté un día (en la
plaza) con un tarrito, un calentadorcito y una mesita. Y había un garrapiñero
allá (en la esquina de San Martín y Hipólito Irigoyen) y me dije: -i Qué me
vana comprar a mí, si aquel tiene uncarro hermoso!».
Pero como es su costumbre no se desanimó y empezó a preparar
la garrapiñada y el aroma empezó a atraer a la gente que esperaba la primer tanda:
-¿Y cuándo sale?, preguntaban. -Ya sale, ya sale. Y apurado para poder sacar la
primera ollada la pasé, se me arrebató y tuve que tirarla. Y la gen- te me
decía: -Paciencia, ya va a salir, ya va a salir».
Sin desesperarse les propuso a sus primeros clientes que
pasaran a la vuelta «porque voy a hacer otra aliada más, la hice y me salió una
barbaridad. Y así empecé, hace siete años».
Un abogado
providencial
Un día, el «busca», como le dicen los amigos recibió el
consejo del abogado Miguel Vergara para que se construyera «un carrito, lindo, que
va a trabajar más cómodo». En un primer momento rechazó la sugerencia aduciendo
que «la gente a lo mejor me compra de lástima, por la mesita». Sin embargo
Vergara insistió y terminó aceptando la idea.
Así, a instancia del desinteresado gesto del abogado, que
día a día lo veía preparar sus garrapiñadas, nació el clásico carrito del buscavida.
Un carrito que se convirtió en un símbolo del trabajo y del respeto. «Yo
respeto a todo el mundo, y todo el mundo me respeta y me aprecia», asegura.
Gracias a su forma de ser jamás tuvo problema alguno, «nadie
me toca nada. A veces la gente me dice: -Señor, me falta una moneda, o veo que
el chico llora y no pueden comprar. -Acá lo tiene (y hace el gesto de estar
entregando algo). Y me dicen: -Después se lo pago. -Nooo... -les digo-, ya está
pagado, hay alguien arriba que mira (y señala al cielo). Ya está pagado, hay uno
arriba que lo mira, así que vaya tranquilo».
Bicicleta
«Me acuerdo que tenía una bicicleta de reparto, la cargaba
en Empalme con cítricos y con esa bicicleta iba hamacándome con los cítricos
pa' todos lados. Y bueno... agarraba por Dorrego y me iba al cruce de Theobald,
iba a Theobald, después a La Emilia, de ahí a San Nicolás y venía de vuelta.
Eso lo hacía todos los días», cuenta. Hasta que un día «viniendo de Empalme un
rastrojero me pasa y me toca la punta del codo con la mariposa de la puerta de
atrás, pero por suerte no me tumbó. Y dije: -Nunca más voy a andar en bicicleta
por la ruta. Y abandoné. De ahí me dediqué a mi carrito.».
No hay comentarios:
Publicar un comentario