En esta tarea de pesquisa de archivos que me he dado para
luego poder volcar mis hallazgos en el blog, encontré otro escrito del maestro
Luís Capriotti, que al igual que varios de los anteriores tiene por ámbito de
acción -y reflexión- la ya desaparecida pizzería del "Colorado" José
Luis Ricci: "La vieja Casosa" (ante El Colonial), situada por ese
entonces en la esquina este de Av. San Martín y Córdoba.
Mismo ámbito y algunos
de los mismos personajes de relatos anteriores.
Este texto, dedicado a los barriletes fue publicado en la
contratapa del Nº 63 del semanario Tiempo, del viernes 17 de julio de 1992.
Desde allí nos vuelve a hablar Luis Capriotti. (La caricatura es de Gustavo Lelli)
Guarda que colea
Fue el viernes. Los viernes siempre se dice... “Gracias a
Dios que es viernes”. El salón VIP del colorado Ricci refulgía el albo de sus
manteles (como diría un poeta de aquellos... de aquellos que no coman en lo del
Colorado!), estábamos como cansados, por la semana densa, por los números, por
las respectivas esposas, amantes o buenas amigas, por la huelga docente, por la
úlcera, por los infinitos medios truchos que buscan publicidad, por el crédito,
o porque uno ya no tiene veinte años. .. qué carajo... !
El gerente, el petiso medio mundo, Sandro Panza y el que
suscribe que insistía en hablar de la liberación femenina, el rol de la mujer y
otras sutilezas por el estilo, que eran aburridamente acogidas por los presentes
vestidos de viernes hasta el alma.
“El sábado hice un barrilete por primera vez en mi vida”,
dijo el gerente. Provocó tal impacto que hasta el petiso imparable, paró. "Conseguí
las cañas y el papel. La cola de tela me la dio una señora que fabrica buzos",
silencio inusual, aún siendo viernes. "Como no estaban mi señora ni los
pibes, trabajé tranquilo toda la mañana. Tenía los colores de Racing y forma de
estrella. De lindo ¡Lo remontamos en el campo!...”
Silencio. Ni siquiera cortado por el petiso que volaba sobre
algún remoto barrilete con los colores de Boca sobre los chatos techos de J. B.
Molina.
“Como la gocé. Corríamos tanto ¡Después lo atamos y quedó hasta
la tardecita, volando tranquilo, tranquilo". Sandro Panza repitió por lo
bajo: Tranquilo... tranquilo: Mi viejo nunca me enseñó a hacer barriletes...
Pobre viejo, a lo mejor no tenía tiempo.
“Yo gané un concurso en Molina. Fue el que más alto llegó”,
rememoró embelesado el petiso. “Claro, síndrome de enano", acotó al pasar
uno de la fauna.
“En Rosario, los remontábamos en los baldíos del sur, cuando
todavía era el verdadero sur, sin villas, miedos ni peligros...”, tiró de la
mesa de al lado, el vendedor de cubiertas al que todos llamamos viernes porque
es el único día que come en lo del Colo. Cuál será su nombre?.
Y me quedé pensando. Guarda que colea nuestra posibilidad de
jugar. Y los otros seguían charlando. Sandro Panza impactó al declarar que los
barriletes los inventaron los chinos para divertirse los muy grandotes y no
precisamente los chinitos... Alguien preguntaba al Colorado si en Estados
Unidos se venden en los supermercados. Un señor desconocido de campera gris
mostraba tácticas infalibles para que no colee el aparatejo redondo, con forma
de estrella, con colores de River, San Lorenzo o de papel de diario...
Y de a poco, se fueron yendo todos de la mesa. Quedé solo
con los manchados manteles albos del salón VIP. Tal vez uno esté metiéndose en el
viernes de su vida. Tal vez llegó el momento de juntar caña, papel (engrudo ya
no se usa), atar trapitos para la cota... y después a volar lo más alto
posible, antes que llegue la noche, pero eso sí, habrá que cuidar que no colee.
“Cóbrame
Colorado..."
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