jueves, 16 de febrero de 2017

Olga Risso y los mágicos recuerdos de su pueblo

En 1995, en consonancia con el centenario de la localidad de Rueda, Olga Risso, entrañable docente hija de ese pueblo, presentó en la V Feria Regional del Libro su obra “Mi pueblo: Magia y realidad”. El breve prólogo fue escrito por Luis Capriotti, común amigo de ambos –de Olga y de mi-. Así que este recuerdo que rescato se enmarca en la recopilación de textos de Luis que estoy construyendo en este blog.
Pero además hay otra serie de hechos que motivan este capítulo. Mi infancia la repartí los fines de semana entre Villa, Godoy y Rueda donde teníamos familiares, además mi mamá es oriunda de Rueda. Así que aún perduran en mi los recuerdos de esos domingos de aventuras, descubrimientos y juegos en la tranquilas, polvorientas y casi desiertas calles pueblerinas.
En Rueda, en la casa de Pedrito Boneu pasaba largas horas con Cachito (el hoy piloto), especie de primo, ya que así llamábamos a aquellos que de alguna manera eran parientes pero no sabíamos explicar –hoy todavía no lo se- el parentesco. Jugábamos hasta el cansancio en la corta y trilla (foto), maquinas que actualmente se denominan solamente “cosechadoras”.
Rueda estuvo de una manera u otra ligada a nuestras vidas, el propio Luis compró una amplia casa que poco pudo disfrutar. Por eso, por lo que no consigo recuperar de mi infancia –y siento que debió ser maravilloso-, por lo que se que significó para Luis, lo que significa para Olga, me permito compartir este recuerdo. El prólogo de Luis a “Mi pueblo: magia y realidad”, el poema inicial del libro y el primer relato, estos dos últimos, por supuestos, obras magníficas de Olga Risso.
PROLOGO
Todavía tengo resabios de mi infancia: el rechazo por los zapallitos rellenos, aprensión a la oscuridad, odio hacia los largos discursos de los actos escolares y el placer de que me cuenten cuentos. Olga Petri u Olguita Risso me daba ese placer sin saberlo cuando éramos maestros en la Escuela N° 1158 de Villa Constitución, en los recreos, en la sala de maestros mate va mate viene, o viajando a Santa Fe con títeres y proyectos a cuesta.
Sus historias pequeñas, insignificantes historias que hacen mover el mundo, las de todos los días, esas que traen a la memoria el acre olor de la manzanilla, o de la tierra mojada en verano por un fugaz aguacero, los prepotentes crisantemos del día de los muertos.
Todo era tan vivo (aún la muerte), todo era tan dulce como tirarse en la perezosa a mirar las estrellas en las noches de verano, o el helado aquel que era como un sandwich entre dos obleas.
¿Por qué no escribirlos?. ¿Por qué no compartir esas historias?.
Y como Olguita siempre se toma su tiempo. ¡Pasó el tiempo!. Y aquí están sus recuerdos de nena de pueblo, su memoria: un pedazo de vida hecho papel.
Bienvenidas sean, tal vez demuestren que todos pueden escribir, hasta los escritores.
Luis Capriotti. Septiembre de 1995


Querido Pueblo

Volví a caminar tus calles
a sentir tus yeredas
oler tus olores
amar a tu gente.
Eras y no eras el mismo,
te ofrecías y te mezquinabas 
me dabas recuerdos y olvidos.

Sos el mismo y sos otro
me confundes: este corto trayecto
era largo, me costaba recorrerlo.

La casa de mi amiga enorme
y hoy la veo tan chiquita.
Sos tan pequeño y yo
te creía UN MUNDO.

¿Qué quise encontrar?
Si te tengo dentro de mí,
Basta con espiarte desde algún
laberinto de mi infancia.

Tu estación y tus trenes,
los eucaliptus creciendo con mi vida:
testigos compasivos
de solidez inquebrantable.

Tus siestas soleadas,
las sandias en el patio,
corazón rojo y jugoso
recorrido cotidiano y querido.

La escarcha de los fuentones
y los labios paspados,
las medias tres cuarto de lana
y las rodillas heladas.

Las lluvias tristes y el barro,
las botitas de goma,
y la escuela y la esperanza.

Los muy bien diez
con trazo de lápiz rojo
y mi maestro rosarino.

El guardapolvo duro
las tablitas pegadas
y el olor a almidón.

Las kermeses en junio.
las procesiones del Sagrado Corazón.

Los Jueves de gala en Carnaval:
el Gran Baile Gran.

Mi pueblo: magia y realidad.
Mi pueblo: galera de mago
a la que echo mano para
armar mi historia.

(mayo 1994)

  



Primera Fila
Tarde de invierno. Acontecimiento en las calles de mi pueblo. Después de no sé cuánto..., tal vez sesenta, o setenta, o cien días viene el camioncito del cine.
¡Qué lindo!
-Mami, papi ¿Podemos ir al cine? ¡Vamos! ¡Den­le!
Ya se escucha en los altoparlantes “ESTA NOCHE CINE A LAS 21”.
Ya se oye música de fiesta.
No es un día cualquiera. Siento un cosquilleo, una inquietud, una sensación de vida.
Todo cambia, es como si al pueblo le hubieran inyectado entusiasmo.
Cambiarse, ponerse la mejor ropa -la única de salir-, abrir la caja de los zapatos y dejar volar ese peculiar olor a cuero encerrado y... ¡sacarlos!. ¡Los zapatos!. Elegidos en catálogos de Casa Vicenti o Casa Casals. Traídos por don Bruno Arana después de haberlos mirado y remirado, de haber consultado pre­cios y modelos. Esperar el ansiado viaje del comisio­nista y después... ¡Dios que no me aprieten! ¡Que me calcen bien!. ¡Si son chicos: me las aguanto; si son grandes: también!.
Y ahí están los zapatos bien guardaditos en la caja, esperando acontecimientos y quedándose chicos conolor a nuevo.
Mami junta pesitos, casi diría rejunta porque era volver a mirar donde ya habían hurgado sus manos esperanzadas, con la confiada idea de que Dios así como multiplicó panes quisiera multiplicar pesos ’No muchos, Dios, apenas que alcance para las entradas y algunas golosinas
El milagro se producía e íbamos, ellos también se permitían un placer en su monótona vida.
Lo lindo era llegar temprano y sentarse en la primera fila, cerca del chico con el que 4‘andábamos” o deseábamos 4'andar”.
La sábana blanca ya está bien tirante, las sillas de madera, duras, de esas plegables, ya bien ubicadas en el “Club Social y Deportivo Rueda”. La gente saludándose y haciéndose cargadas que yo no entendía pero que hacían reír a los mayores, y eso... era bueno.
Apretaditos, codo a codo rozándonos estamos riendo, sueltos, en la primera fila: José Eduardo, Alcira, Chichi, Monino, Estela, Norma, Susana. Por ahí algún gesto pícaro, un pellizco, un querer y un no querer apretones, un deseo secreto de contactos se mezclaban con un “no debe hacerse'’ que queríamos acallar.
Tirarse papelitos, convidarse pastillas de eucalip­to o caramelos ácidos con forma de gajitos de mandarina, hacerse bromas, reírse. .
...Bromas lindas de chicos o... bromas pesadas y crueles de chicos. Bromas que duelen y se recuerdan
pero que no se cuentan por no pasar de pavota.
Faltan pocos minutos para que apaguen la luz. Silbidos, chistidos, alertas. Ruidos que se silencian: ya va a empezar la cinta.
-¡Olga! ¡Olga! Andá a buscar aquel paquete de pastillas de José antes de que empiece la película, dale, ahí está. No seas sonsa ¡dale! ¡Al lado de la sábana!.
Yo me atrevo. Como no voy a ir si me lo piden a
mí.
Apagan la luz ¡Qué importa!. Me agacho, cinco, seis pasos y ya estoy de vuelta con el paquetito en la mano, presta a entregarlo.
Pero... algo pasó NO ESTA MI LUGAR. ¿Qué han hecho? ¿Por qué?. Se ríen. Se ríen Chichi, Alcira, Monino, José Eduardo, Norma, Estela, Irma, Ninino. Se ríen. Les brillan los ojos, los dientes. ¡ Se corrieron!. Fue una broma. ¡Me sacaron el lugar!.
-¡Eh, nena!. -¡Qué se sienten los chicos!. Me llegan voces. -Si, ya voy. ¿A dónde?. Despacio, aga­chada, queriendo hacerme tan chica hasta desaparecer, camino, llego a la punta, doy vuelta. No tengo lugar. ¿Qué hago Dios?. No veo nada, se me nubla la vista, pestañeo, pestañeo.
Alguien me alcanza una silla: -¿Qué te pasó nena?. -Nada, no es na...da.
Tan amargo es el trago que no tengo palabras.

¡Primera fila!. ¿Hasta cuándo tendré que esperarte?.

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