Vamos un paso atrás. Previo a la labor periodística se inició mi militancia en la Juventud Radical de Villa Constitución, experiencia fundamental para brindarme la formación política que determinó la elección de esta profesión. Era 1983 y el fervor militante afloraba. Eran tiempos de largas madrugadas pintando paredes, pegando afiches; por supuesto haciendo nuestro propio engrudo, lentamente cocinado. Recuerdo los militantes de entonces, cada uno perfectamente caracterizado por alguna seña particular, el inquieto Flaco De Jong, el hoy presidente del Concejo Municipal, Niver Moreyra y su hermano Rubén, "el Negro". Alejandro "Baglietto" Fernández y su mítica moto "Jawa" junto a su novia (hoy esposa), "Chari" Gómez. El siempre recordado y querido Walter, el "Baglietto" chico, con su eterna sonrisa nerviosa, a quién un infarto nos lo arrebató meses atrás cuando ejercía la docencia en Río Negro. Otro maestro, Carlitos Gómez, uno de los primeros en partir hacia el Sur. Los hermanos Colángelo, de Empalme. Todos personajes que inscribieron un verdadero manual del militante en mi alma.
En 1985 nos subimos a un en tren Rosario Norte y partimos al Primer Encuentro Nacional de la Juventud Radical en Mina Clavero, Córdoba. Durante dos días de octubre 5 mil representantes de la JR copamos esa localidad y también su vecina, Cura Brochero. Para Recrear la mística y la fe en la militancia, rezaba el lema el encuentro. No faltó nadie a la cita, estuvieron todos los grandes referentes de la UCR y se realizaron docenas de paneles y mesas de trabajo.En ese momento el presidente de la JR a nivel nacional era Carlos Raimundi. Obviamente no podían faltar las internas y quienes militábamos en la Junta Coordinadora Nacional marcábamos las diferencias con las otras líneas, pero nada fue más allá de los cantos. Eso si, changuicacerista a ultranza, aún resuena en mi memoria aquel himno que pregonamos por las calles cordobesas: "Alerta, alerta que camina, el changuicacerismo por América Latina".
Después vino el tiempo de los desencantos, pero la militancia y las utopías aún perduran y me resisto a creer que hoy son un anacronismo. Por eso como en la foto que nos tomó Walter en la puerta de la casa donde nos alojamos esos días, aún alzo las manos con mis correligionarios, me lleno los ojos de ilusiones y tomo fuerzas para seguir creyendo que un país dónde la democracia sirva para curar, comer y educar todavía es posible
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