Es viernes, y es el día que elegí para -una vez terminada la labor semanal en Diario EL SUR-, seguir rescatando los escritos de Luis Capriotti.
Es viernes, el día que elegía Luis para reunirse a comer con los amigos en la pizzería "La Vieja Casona", del colorado José Luis Ricci.
Es viernes, día en salía a la calle -como sigue siendo tradición en Villa- el semanario de principios de los 90, y en el que se publicaban las aguafuertes de Luis.
Hoy es el turno de la que apareció en el Nº 21 de ese medio periodístico, que vio la luz el viernes 27 de septiembre de 1991, con un llamativo error en la tapa referido a una nota de mi autoría. En esa edición escribí sobre el aniversario de la fatídica Noche de los Lápices al cumplirse 15 años del hecho, pero en tapa dice 10 años . Un simple detalle anecdótico.
Ahora si, después de tantos viernes, regresa este texto de Luis Capriotti.
COSMETICOS EN LA PIZZERIA
“Gracias al pucho estoy perdiendo el olfato” -dijo Jeremías,
melancólico bebedor de cerveza.
-Si -corroboró Cometti fumando con esmero un “Camel"-
ya no huelo tan bien la tierra mojada o el pan fresco. Ni el olor a diario
nuevo.
-Perfumes -pensé tomando un vermouth lleno de atardecer-
cosméticos del recuerdo, sofocante olor a luna de las magnolias, olor que
entristece en las farmacias.
Una mujer que conocí hace poco usa Chanel Nº 5.
Mi primer contacto con los perfumes sintéticos fue el “Cuero
de Rusia" de mi madre, no ese horroroso matamoscas que vendían los turcos
en sus canastas sino la esencia original creada por Vionnet, una mezcla de
flores bulbosas, atrayentes, peligrosas...
Luego pasó lo que pasa en cualquier familia, largas
enfermedades, malas cosechas, especie de siete plagas domésticas cayendo tan de
golpe que mi madre no usaba más buenos perfumes, pero sobre el mármol de la
cómoda de tres espejos, la cajita de polvo Coty decorada con innumerables
cisnes tenía un olor profundo a misterio y flores muertas (con los años sabría que
los cisnes los diseñó Paul Iribe, marido imposible de Coco Chanel). Ah! rueda
de los años, que siempre cierra!
Mis hermanas mayores también usaban cosméticos pero la
austeridad reinante las hacía oler a limpias, sin voluptuosidades sospechosas
vía heliótropo, violetas o cosas que usan “esas mujeres pintarrajeadas”...
A los dieciséis años mi profesor Goicochea me retó medio en
broma:
-¿Y Capriotti? ¿Para cuándo la primer afeitada?
Varios días después me cargó rotundamente viendo las
innumerables heridas de mi cara.
-¿Se afeitó Capriotti?
Me había afeitado ingresando, Legión Extranjera mediante, al
mundo de los varones adultos. Habré usado crema Gillette, verde y machasa -no
lo recuerdo.
Pero si recuerdo el primer beso, un sospechoso gusto a
durazno me hizo odiar el rouge de por vida, pero me molestan muy poco las damas
que piensan lo contrario.
A una edad prudencial me regalaron Lavanda Fulton, que a
pesar de ser trucha me enganchó para siempre a esa esencia de campo y cuero
(años tardaría en descubrir que solo la inglesa puede ser usada, si faltara
baño y gracias).
Hubo en mi vida un mascarón de proa que usaba Nina Rica en
cantidades industriales, impregnando sábanas, picaportes, almohadas. Jamás podré
oír la marcha del Mundial ‘78 sin que aparezca “Air Temps” hasta la náusea.
-Lo triste que si dejás el pucho no recuperás el olfato
-remató el colorado Ricci-, colocando unos olorosos escabeches sobre la mesa.
-Gordo mandá el humo para otro lado que estamos comiendo!
El pucho no podrá sobre mi recuerdo, por lo menos sobre los
cisnes de la polvera Coty, el áspero olor de las caléndulas, el olor a años '60
de Martha al ponerse las pestañas postizas, la goma de borrar del primer día de
clase, el olor a ramos generales del almacén de Gambini, el perfume a Chanel Nº
5 de la que estoy amando.
Terminé el vermouth, afuera era de noche y la pizzefia del
"Colo" olía sencillamente a pizza.
Luis Capriotti
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