El periodista, escritor, maestro y amigo, Mario Carrillo presentó recientemente su segundo
“hijo literario”, como gusta decir de sus obras que sin dudas son concebidas
con el mismo amor con que se engendra una nueva vida. Este nacimiento se dio
apena seis meses después de la presentación de su primera obra realizada en
septiembre del año pasado.
Por entonces, el 23 de septiembre de 2016, dio a la
luz a “Los amores del Sr. Comisario”; el miércoles 12 de abril, en la sala San
Martín, fue el momento de alumbrar “El día que quisieron matar al líder”,
ocasión en que anunció que está a punto de finalizar su primera novela.
Al igual que en “Los
amores…”, en la nueva obra Mario contó con dos prólogos, uno escrito por otro común amigo, el guionista y
escritor Ernesto Parrilla y el otro por mi. Ambos fuimos invitados a acompañarlo sobre el escenario al igual que Fernando Villalba, presidente del Ente Administrador Puerto Villa
Constitución, entidad que colaboró para la edición del libro.
Otro de los
favorecedores fue el senador Germán Giacomino que en esa oportunidad no pudo
estar presente. De todas maneras Mario expresó su agradecimiento a ambos como
así también a su familia por el permanente apoyo a su labor.
Un hecho que también se repitió fue la coincidencia de criterios en los prólogos a la hora de evaluar la obra literaria, sin que existiera
entre Ernesto y yo un diálogo previo. Algo similar a lo que nos sucedió a la hora de prologar "Los amores..."
En la primera página del libro, previo a los prólogos Mario, generosamente, nos calificó como “queridos amigos y
grandes escritores que desmenuzaron este trabajo y se convirtieron además, en
analistas conductuales del libro y su autor. En todo momento me pusieron al
descubierto encontrando esas pequeñas trampas con las que como autor me
divierto. No esperaba otra cosa de ellos y como dije antes, realmente es un
verdadero lujo contar con el análisis de sus prólogos”.
A continuación comparto con Uds, el prólogo que escribí en esta oportunidad bajo el título de:
Mario Carrillo, el
rescatador
Cuando escribo estas líneas que aspiran a ser el segundo
prólogo que redacto para una obra de Mario Carrillo acabo de terminar de leer
-casi de un tirón- este libro que tienen en sus manos. Y lo hice así, casi
urgido, no porque tuviera la obligación de conocer cada cuento sino por el puro
placer que me deparó su lectura. Pero hay algo más profundo, y es que sentía
que mientras los leía, Mario me hablaba a mi -como lo sentirá cada lector- y se
desgarraba en una serie de confidencias como bien podría pasar si estuviéramos
en una reposada charla en una mesa del Colonial del Colorado Ricci, acompañados
de abundantes balones de Chopp.
Sitúo esta imaginaria charla con Mario en un ambiente que el
menciona en uno de sus cuentos, las entrañables mesas del Colonial que también
-y tan bien- conocí porque es una manera de entender el libro. Mario navega
permanentemente entre lo real y lo imaginario, con personajes y situaciones que
pueden ser a la vez reales o ficticios pero en escenario conocidos para la
mayoría de nosotros y logra entonces meternos en el relato, llevarnos a caminar
por una Villa Constitución que recorrimos y cuyas evocaciones surgen
instantáneamente al correr de la lectura. Todo es creíble, cercano, vivenciable.
Sin dudar de las dotes literarias de Mario, me atrevo a
decir que con este libro, se diploma definitivamente de cuentista, logra una
dimensión que en su obra anterior está esbozada, bien constituida y elaborada,
pero que no tiene la hondura que logra con estos cuentos. Leerlos es sentir que
estamos frente a un amigo que finalmente se atreve a revelarnos sus secretos
celosamente guardados por desconocidos temores o pudores. Logra una cercanía de
diálogo de mesa de bar palpable, una empatía con el lector plena de calidez y
logra arrebatarnos con el relato, manteniéndonos en los casos que es necesario,
con un suspenso que solo logran quienes saben contar sus historia.
Y estas historias son atrapantes, por bien contadas y por
compartidas. Si bien nos separan 10 años (soy del 66 como el lo es del 56)
nuestra infancia y adolescencia se dio en un marco muy similar, vivimos
aventuras y desventuras similares en una Villa Constitución que no dejaba de
ser un pueblo grande y donde nuestros temores pasaban básicamente por esos
monstruos imaginarios que cita en uno de sus cuentos, como el viejo de la bolsa
(y podemos agregar la llorona, el lobizón, el perro con cadenas, el chancho de
lata, la solapa, la oveja). Hasta la llegada de los monstruos de carne y hueso
el 20 de marzo de 1975, donde el miedo se hizo tangible, real y perdurable,
luego de la estela de muerte y terror que también Mario recuerda en sus
cuentos.
Ese ir y venir entre lo real y lo imaginario teniendo como
escenario una Villa Constitución mutable pero estrictamente cierta, hace que
nos podamos identificar, reconocer y hasta entender parte de nuestra idiosincrasia.
Y Mario va y viene con sus relatos en el tiempo y todo tiene sabor a
confidencia, aun cuando se atreve a contarnos historias ajenas, como algunos de
los cuentos de este libro, donde reordena y recrea oscuros capítulos de nuestra
desconocida historia. Pero propias o de terceros, sus historias tienen un rasgo
común y determinante: no aburren, atrapan. Y ese el máximo logro al que puede
aspirar un cuentista.
Y a lo anterior hay que sumarle que esas historias además
revelan, ya sea hechos desconocidos, la característica de un personaje, la
forma de ser de un pueblo, crímenes ocultos o que no llegaron a cometerse, una
broma genial o una anécdota sencilla, por citar algunos. A ellos se le suman las
confidencias personales que van matizando el libro y que nos llevan a sentir
ese aire de cercana intimidad con Mario, quien de esta manera nos abre la
puerta a su mundo y deja sutilmente en sus cuentos advertencias de los códigos
que hay que tener para pasar al interior. Códigos de hombres que saben mantener
la palabra empeñada aunque pasen 65 años y jugarse la vida por un amigo o un
compañero en problemas. Código de silencios bien entendidos entre hombres que
no se delatan y que forjan amistades eternas aunque nunca más se encuentren. Hombría
de bien, que le decían.
Si en su libro anterior Mario nos daba la sensación, como
bien describió Ernesto Parrilla, de ser un hombre en la ventana mirando el
mundo para contarlo, ahora se presenta como un buceador que se sumerge en un
mar profundo de recuerdos y vivencias lejanas para extraer de allí los restos
herrumbrados de viejos barcos que la vida cotidiana fue hundiendo en las aguas
del olvido. Mario es un rescatador, y aquí
nos ofrece sus tesoros ya pulidos para que los podamos apreciar.
Tómenlos sin temor, Mario encontró parte de nuestra propia historia que
creíamos perdida para siempre en cada naufragio.
Brindemos con el Chopp del Colorado para celebrar que Mario
no se fue de Villa porque siempre está llegando.
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