Carnavales eran los de antes
Por Ariel F.
Gómez
Este año las
celebraciones de carnaval y del día fundacional de Villa Constitución quedaron
unidas en tres jornadas consecutivas, por tal motivo me pareció oportuno unir
ambas fechas festivas y recordar cómo se vivía años atrás en nuestra ciudad la
fiesta del Rey Momo. Conté para ello con el aporte fotográfico de Roberto
Fernández “El Cordobés”, a excepción de una de las fotos que es de mi archivo
personal.
EL AUTOR DE ESTE TRABAJO JUNTO A SU HERMANO MENOR EN LOS CORSOS DE FEBRERO DE 1975 EN BULEVAR DORREGO.
“Carnavales eran
los antes”, solían repetir los nostálgicos cuando asistían a algunos de lo
corsos de nuestra ciudad de los años 90, rememorando los festejos de décadas
anteriores. Hoy bien podemos reiterar esa frase ya que los esplendorosos corsos
de antaño son solo apenas un recuerdo. Bien vale traerlos a la memoria en esta
fecha donde el feriado de carnaval se une a la fecha fundacional de nuestra
ciudad que este 14 de febrero cumple 166 años.
En lo personal,
tengo muy grabados algunos corsos que presencié en distintos momentos de mi
vida, y en uno ellos, como lo muestra la fotografía, también participé con mi
disfraz, porque si señoras y señores, antes nos disfrazábamos -o nos
disfrazaban- para carnaval. Así que allí estoy, con 9 años, junto a mi hermano
Norberto, de 3. Ambos vestidos de cowboy. Mi hermana de 6 estaba disfrazada de
japonesa, con kimono y abanico (también hay foto pero se las debo)
Esta
participación fue en los festejos de carnaval de febrero de 1975, realizados en
Bulevar Dorrego (así se le llamaba por entonces). Pese a los convulsionado de
aquellos años violentos, fueron unos corsos multitudinarios y debieron ser lo
suficientemente importantes para que mis padres nos disfrazaran así y nos
fotografiaran orgullosamente.
Esos corsos
tenían carrozas, cabezudos, murgas y comparsas, en aquellos tiempos dos de la
más importantes en Argentina eran las correntinas Yasi Berá y Ará Berá, que
desfilaron por las calles villlenses entre tantas otras, ya sea locales,
regionales o de renombre nacional. También había espectáculos en un escenario
montado en la esquina de Dorrego e Ing. Acevedo, donde hoy está Mi Casita. Ese
es el primero de los corsos que recuerdo, avalado por la foto que comparto
aquí.
Sin dudas eran
enormes fiestas populares, de asistencia casi obligada. Y se repetían en toda
la zona, eran famosos, entre otros, los de Máximo Paz y Acebal.
“EL NEGRO”, LUIS ÁNGEL RÍOS JUNTO A SU ESPOSA EN UN ALTO DE LA CONDUCCIÓN DE LOS CARNAVALES DE AV. SAN MARTÍN A PRINCIPIOS DE LOS ’90.
Inolvidables personajes locales
Los carnavales de Villa Constitución dejaron gran
cantidad de participantes que hicieron historia y vale la pena recordar.
Si de murgas y comparsas se trata, imposible no mencionar
las locales “Los Indios”, de calle Colón, cuyos integrantes marchaban
semidesnudos, vestidos apenas con un taparrabos, con los rostros y el cuerpo
pintarrajeados, plumas en su cabeza, lanzando feroces gritos de guerra,
precedidos por un lanzafuegos y llevando prisionero a “un cara pálida”, el cual
caminaba maniatado y con una soga al cuello. Esta murga, con el lógico recambio
generacional tuvo presencia en los corsos durante décadas.
Otra inolvidable -al menos para mi- fue la muy bizzara y
cómica “Agachate Y Verás”, conformada por vecinos de barrio Stella Maris, con
hombres entrados en años, de carnes muy generosas que vestían mallas de mujer y
tenían sus traseros pintados con todo tipo de dibujos. Llevaban una Reina que
era la antítesis de lo que se consideraba belleza, adulta mayor, de sonrisa
desdentada y también muy robusta, que saludaba al público sentada en un humilde
trono. Con mucho humor parodiaban a las tradicionales comparsas y llenaban de
alegría la Av. San Martín.
También es necesario mencionar a una figura villense que a
principios de los ’90 se esforzó en revivir al dios Momo y organizó los corsos
en Av. San Martín. Quién no lo recuerda con sus sacos de colores estridentes,
su eterno humor y su parla incesante: “El Negro” Luis Ángel Ríos. Fue el
encargado de traer de nuevos los carnavales después de años de ausencia. Genio
y figura, organizaba y animaba los carnavales con un carisma difícil de
igualar.
Creador y conductor del programa televisivo “Universo
Tropical”, en los corsos se encontraba en su hábitat natural. Su trágica muerte
en un siniestro vial en 1998 lo tomó trabajando para recuperar el esplendor del
viejo club “14 de Febrero”.
Volviendo a los corsos, Dorrego fue una de las arterias
junto con Av. San Martín más utilizadas para ellos, aunque los últimos de
importancia que tuvo nuestra ciudad, en 1997, fueron sobre Av. Presidente Perón
(Chapuy). Cabe acotar que más allá de ser fechas festivas, su organización
siempre despertó polémicas y quejas de comerciantes y de vecinos, los primeros
por la competencia desleal de quienes montaban sus puestos de venta con escasos
controles municipales, los últimos por el estado en que quedaban sus frentes,
muchas veces utilizados como mingitorios.
Cuando el carnaval era una fiesta
Pese a dichos y entredichos, el festejo de los carnavales
a través de los corsos siempre despertaba gran entusiasmo, especialmente desde
comienzos y hasta mediados del siglo pasado donde las diversiones eran escasas.
El escritor local Guildo Corres en su cuento “Las dos
bodas de Chacho Giménez”, que tiene por ámbito los carnavales de la década de
1930, los retrata de la siguiente manera:
“Hasta ese precario paradero llegaba el bullicio que
indicaba la iniciación de los corsos en aquel sábado de carnaval.
Los vecinos de la parte céntrica del pueblo se aprestaban
alegres y despreocupados para reunirse en el perímetro de las tres cuadras de
la coquetona Avenida San Martín, centro de los festejos. Por las calles de
acceso a los ranchos marginales de la barranca nutridas falanjes de sus
moradores se aprestaban para hacer lo mismo. Pasaban en animado parloteo,
mujeres de edad portando sillas de paja para contemplar sentadas con toda
comodidad ese suceso tan esperado durante largos y tediosos meses. Pescadores,
estibadores portuarios, isleños recién llegados desde el otro lado del rio,
venerables comadres acompañadas por sus críos, una infinidad de chiquilines
mocosos y casi todos descalzos, parloteando excitados al divisar ya de lejos el
cegador resplandor de las luces y el rumor incesante de la multitud ya
reunida”.
El Dios Momo en
los barrios
No solo fue la
zona céntrica sitio de festejos carnavaleros, los barrios y los clubes como
Riberas del Paraná, Porvenir Talleres y 14 de Febrero tuvieron míticos bailes
para esas fechas.
El profesor
Carlos Montini en su libro “La República” recuerda los de barrio Talleres, pero
en general sirve como ejemplo de cómo se celebraban por entonces los carnavales
a mediados del siglo XX:
“Comenzaban a las
22 hs. con una salva de bombas y finalizaban ala 1 también con disparos de
bombas de estruendo.
Festejar los
carnavales representaba tres motivos: los disfraces y máscaras, el juego con
agua en las casas o calles, como también en el corso y luego en el baile. Los
pomos eran de plomo, el olor del líquido era muy parecido al del agua florida.
El papel picado siempre se encontraba en las manos de las personas, razón por
lo cual siempre se debía tener la boca cerrada, ya que el papel no tenía muy
buen gusto y ante la escasez de dinero a veces se juntaba del suelo.
Con anticipación
se comenzaba con los preparativos de acuerdo con el dinero que se podía
conseguir y si no lo había no era motivo para no disfrazarse, con una media en
la cara, sacos prestados, cualquier cosa venia bien, sólo había que cambiar la
voz y dar rienda suelta a la imaginación y a la alegría... Además, ser fantasma
o linyera era común.
Las murgas se
ponían en funcionamiento a la tarde. Sus instrumentes eran tachos, matracas,
silbatos, maracas, etc... Recipientes con agua, escondidos y con alguna
estrategia para tomar a las víctimas por sorpresa... Aquella que era solo
espectadora del juego de los demás... Los globos multicolores llenos de agua
también eran lanzados, siempre y cuando estuviesen bien inflados porque si no
causaban dolor... Se arrojaban a todas las personas que se encontraban
desprevenidas y a raíz de estos lanzamientos en muchísimas oportunidades algún
mozo salía a defender a su dama y se terminaba en peleas”.
LAS VIEJAS COMPARSAS Y EL BRILLO DE ANTAÑO HOY SOLO SON UN RECUERDO MIENTRAS QUE HAY GENERACIONES QUE NO CONOCIERON ESTAS FIESTAS.
Carnavales de antaño en nuestras calles
Coincidiendo con Montini, el historiador Santiago
Lischetti en su cuadernillo “Villa Constitución, anecdótica y pintoresca”, Tomo
I, también destaca que en los carnavales: “Tres fueron sus características: los
disfraces y máscaras, el juego con agua en las casas y calles, y los corsos.
Santiago Lischetti recordaba que “Con cierta antelación a la
fecha, la gente aficionada comenzaba a preparar su disfraz; armábanse conjuntos
—algunos orquestales—, comparsas y "murgas", poniéndose en juego todo
tipo de ocurrencias, desde la "mascarita" grotesca de voz afectada
para evitar la identificación, hasta la máscara elegante y distinguida
remedadora de algún estilo histórico en su vestir y actuar, o de simple
fantasía multicolor. El hombre tendía a disfrazarse generalmente con prendas
del sexo opuesto exagerando hasta la comicidad ciertos atributos físicos de la
mujer”.
La guerra de baldazos
“En los días señalados -continúa Lischetti-, apenas
concluido el almuerzo, se ponía en funcionamiento en los barrios la
"batería" de baldes, tachos y fuentones de todo calibre con lo que
comenzaba la guerra del agua entre bandos femeninos y masculinos invadiendo la
calle y suscitando un ir y venir a las fuentes proveedoras del líquido
elemento, un impacto en el blanco constituía una victoria celebrada con gritos
y risas estridentes, siendo una de las estratagemas tomar a la víctima a veces
por sorpresa, víctima que era generalmente sólo espectadora del juego de los
demás o interviniente desprevenida; durante las horas de juego, grupos de
muchachos recorrían las calles en busca de contendientes, receptáculo en mano,
portando asimismo globos de goma multicolores llenos de agua para hacer blanco
en el momento oportuno. A las 18 la Comuna arrojaba bombas de estruendo
anunciando que el juego debía darse por terminado quedando por ende prohibido
molestar a transeúnte alguno”.
“Esta vieja costumbre de celebrar el carnaval con juegos de
agua callejeros, produjo en el transcurso de su práctica muchos inconvenientes
y hasta situaciones graves cuando eran agredidos quienes no participaban de la
celebración recibiendo de improviso un baldazo de agua desde un zaguán o desde
un balcón, transeúntes obligados a salir a la calle por circunstancias
apremiantes o especiales, muchos de los cuales, ante la inminente preparación
del ataque, solicitaban no ser molestados, sin obtener eco sus reiterados
pedidos en tal sentido. El almanaque marcaba todos los años en rojo,
sacrosantamente, los días dedicados a la locura carnavalesca”.
Los corsos eran la fiesta más esperada
Lischetti recuerda que “el gran broche de cada jornada”
eran los corsos “que empezaban a las 22 y se daban por terminados, también con
bombas de estruendo, a la una de la madrugada, hora en que se iniciaban los
"bailes de carnaval" en el Centro Español, Club Social, Sociedad
Española y clubes deportivos.
“Una nutrida fila de carruajes de todo tipo -mecánicos y de
tracción de sangre- recorría un circuito de varias cuadras en un ir y volver
sobre la misma calle, o en torno de la plaza central como se hizo muchos años,
adornados la mayoría con diversos motivos y para los que había instituidos
premios, generalmente establecidos por la Comuna que, a la vez, cobraba entrada
a los vehículos y "alquilaba" palcos centrales para disfrutar y
participar del espectáculo. Desde los coches y desde los palcos de referencia
-que los había también sobre las aceras- se entablaba un juego de serpentinas
multicolores”.
Pomos y serpentinas
Matracas, pomos con agua, papel picado y serpentinas eran
infaltables en los festejos. Estas últimas, según rememoraba Lischetti, eran
tantas “que, en un momento dado, atascaba de tal manera los carruajes trabando
y paralizando su desplazamiento, que se hacía menester salir a las calles
laterales para limpiarlos del Impedimento papelero; también el papel picado
tuvo auge en los últimos años del reinado de Momo cuando la serpentina clásica
había ya casi desaparecido. Los pomos con "agua florida" hicieron época,
reemplazándose décadas después por los globos de goma y artefactos plásticos”.
Viajando un poco más atrás en el tiempo, nuestro historiador
señala que “En 1910 la Comuna prohíbe el juego con agua, siendo permitido
hacerlo con "serpentinas, flores, caramelos, bombones y confites",
penándose también el juego con huevos (vaciados y luego llenados con agua).
"Los confites —dice una crónica de 1881— no son más que garbanzos o
porotos con azúcar encima que deben prohibirse por el efecto de piedras que
hacen sobre ni rostro de un prójimo".
LOS PREPARATIVOS PARA LOS CORSOS COMENZABAN MUCHO ANTES DE LA FECHA, A VECES MESES ANTES CON LA PREPARACIÓN DE LOS TRAJES.
El triste final de una fiesta popular
Lischetti puntualiza que “Los carnavales duraban,
rigurosamente, sólo los días señalados para su celebración: domingo, lunes,
martes y miércoles "de ceniza", luego el "entierro"
representado muchas veces por un ataúd en andas, en el domingo último o sea el
de esa misma semana.
Luego de la terminación del juego con agua a las 18 —como ya
se ha dicho— por las entonces polvorientas calles de Villa —y años después de
su pavimentación también— aparecían numerosas "mascaritas" sueltas o
en grupos que, con sus ocurrencias, hacían las delicias de vecinos sentados en
la vereda o de los que se asomaban al oír la algarabía de los chicos de la
casa, pues muchos de ellos eran corridos intencionalmente por algún disfrazado
al que rondaban pretendiendo arrancarle su vestimenta o su careta.
Para el final, entre tantas mascaritas, don Santiago rescata
la siguiente: “Y, entre ellas, surge desde la penumbra de un tiempo que se fue,
una figura singular y querida que todos los años al frente de una bullanguera y
nutrida comparsa, vestido con prendas femeninas estrafalarias, un muñeco
haciendo de bebé en el brazo izquierdo o, casi siempre un lechoncito vivo con
bombachita y, dándose aire con una pantalla, regocijaba a la concurrencia
marchando alegre, infatigable, risueño y ocurrente, con su pronunciada cojera
de la pierna derecha producida por un accidente en el puerto donde trabajaba.
Se le conocía por el apodo cariñoso de "Panduro" poro se llamaba
Guillermo Knight, nacido en Norteamérica y fallecido en Buenos Aires; hablaba
fluidamente el castellano y fue traductor muchas veces en nuestra Jefatura de
Policía cuando era detenido algún tripulante inglés de barcos en nuestro
puerto”
"Panduro es hoy el símbolo de un tiempo que pasó, del
auge de hábitos celebratorios definitivamente muertos en la evolución de las
costumbres de los pueblos, de un dios Momo que ya no tiene adoradores”,
concluye Lischetti.
Desde el fondo de los tiempos
En 1992 se generó cierta polémica en torno a los corsos y
la ya fallecida psicóloga, escritora y cantante Martha Báez, hizo su aporte a
la discusión. Tomamos aquí un fragmento de una nota publicada en el desaparecido
Semanario Tiempo, donde ahonda en la historia de los carnavales.
Para dilucidar la problemática, deberíamos remitimos a los orígenes
del término, que tiene el registro de la memoria de la lengua. El lenguaje
arrastra historia y, a partir de allí, podríamos llegar a descifrar lo que hoy
pueden estar significando estos términos.
Carnaval (canelevare: carne y levare: quitar); carnevale,
donde la carne vale; que sería una manera de decir darle placer a lo carnal.
Originariamente el carnaval, era un período donde caía la ley y se permitía la
transgresión, detrás del antifaz o careta. Las máscaras, servían para ocultar
la identidad del sujeto al cual, oficialmente, se le otorgaba el permiso de
“jugar” otra identidad. Es una fiesta de origen pagano que precede a la
Cuaresma (período de ayunos y vigilias), en la cual se reinstala la prohibición.
Esto de la carne - que tiene que ver con “lo carnal”- nos remite a todo aquello
que se refiere a goces sexuales, falta de ley, desorden, despilfarro, falta de límites.
Es una ficción autorizada donde la gente juega en un tiempo
limitado, de cuatro días, lo que (por el peso de la prohibición) no está
permitido durante el año.
Por eso hay payasos, bufones, pistoleros, zorros, piratas,
hombres que se disfrazan de mujer, gitanas brujas. A todo esto (en nuestra
lengua) se le ha dado en llamar: Corso.
El término corso en el leguaje popular tiene la doble
significación de locura o chifladura, por eso se suele decir: “este tiene un
corso a contramano”. Tener un corso a contramano puede significar sufrir de una
locura no estipulada como normal, no aceptada dentro de las reglas
establecidas.
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