lunes, 4 de marzo de 2024

14 de Febrero de 2024: 166º Aniversario de Villa Constitución

 


Carnavales eran los de antes

Por Ariel F. Gómez

Este año las celebraciones de carnaval y del día fundacional de Villa Constitución quedaron unidas en tres jornadas consecutivas, por tal motivo me pareció oportuno unir ambas fechas festivas y recordar cómo se vivía años atrás en nuestra ciudad la fiesta del Rey Momo. Conté para ello con el aporte fotográfico de Roberto Fernández “El Cordobés”, a excepción de una de las fotos que es de mi archivo personal.

 

EL AUTOR DE ESTE TRABAJO JUNTO A SU HERMANO MENOR EN LOS CORSOS DE FEBRERO DE 1975 EN BULEVAR DORREGO.


“Carnavales eran los antes”, solían repetir los nostálgicos cuando asistían a algunos de lo corsos de nuestra ciudad de los años 90, rememorando los festejos de décadas anteriores. Hoy bien podemos reiterar esa frase ya que los esplendorosos corsos de antaño son solo apenas un recuerdo. Bien vale traerlos a la memoria en esta fecha donde el feriado de carnaval se une a la fecha fundacional de nuestra ciudad que este 14 de febrero cumple 166 años.

En lo personal, tengo muy grabados algunos corsos que presencié en distintos momentos de mi vida, y en uno ellos, como lo muestra la fotografía, también participé con mi disfraz, porque si señoras y señores, antes nos disfrazábamos -o nos disfrazaban- para carnaval. Así que allí estoy, con 9 años, junto a mi hermano Norberto, de 3. Ambos vestidos de cowboy. Mi hermana de 6 estaba disfrazada de japonesa, con kimono y abanico (también hay foto pero se las debo)

Esta participación fue en los festejos de carnaval de febrero de 1975, realizados en Bulevar Dorrego (así se le llamaba por entonces). Pese a los convulsionado de aquellos años violentos, fueron unos corsos multitudinarios y debieron ser lo suficientemente importantes para que mis padres nos disfrazaran así y nos fotografiaran orgullosamente.

Esos corsos tenían carrozas, cabezudos, murgas y comparsas, en aquellos tiempos dos de la más importantes en Argentina eran las correntinas Yasi Berá y Ará Berá, que desfilaron por las calles villlenses entre tantas otras, ya sea locales, regionales o de renombre nacional. También había espectáculos en un escenario montado en la esquina de Dorrego e Ing. Acevedo, donde hoy está Mi Casita. Ese es el primero de los corsos que recuerdo, avalado por la foto que comparto aquí.

Sin dudas eran enormes fiestas populares, de asistencia casi obligada. Y se repetían en toda la zona, eran famosos, entre otros, los de Máximo Paz y Acebal.

 

“EL NEGRO”, LUIS ÁNGEL RÍOS JUNTO A SU ESPOSA EN UN ALTO DE LA CONDUCCIÓN DE LOS CARNAVALES DE AV. SAN MARTÍN A PRINCIPIOS DE LOS ’90.


Inolvidables personajes locales

Los carnavales de Villa Constitución dejaron gran cantidad de participantes que hicieron historia y vale la pena recordar.

Si de murgas y comparsas se trata, imposible no mencionar las locales “Los Indios”, de calle Colón, cuyos integrantes marchaban semidesnudos, vestidos apenas con un taparrabos, con los rostros y el cuerpo pintarrajeados, plumas en su cabeza, lanzando feroces gritos de guerra, precedidos por un lanzafuegos y llevando prisionero a “un cara pálida”, el cual caminaba maniatado y con una soga al cuello. Esta murga, con el lógico recambio generacional tuvo presencia en los corsos durante décadas.

Otra inolvidable -al menos para mi- fue la muy bizzara y cómica “Agachate Y Verás”, conformada por vecinos de barrio Stella Maris, con hombres entrados en años, de carnes muy generosas que vestían mallas de mujer y tenían sus traseros pintados con todo tipo de dibujos. Llevaban una Reina que era la antítesis de lo que se consideraba belleza, adulta mayor, de sonrisa desdentada y también muy robusta, que saludaba al público sentada en un humilde trono. Con mucho humor parodiaban a las tradicionales comparsas y llenaban de alegría la Av. San Martín.

También es necesario mencionar a una figura villense que a principios de los ’90 se esforzó en revivir al dios Momo y organizó los corsos en Av. San Martín. Quién no lo recuerda con sus sacos de colores estridentes, su eterno humor y su parla incesante: “El Negro” Luis Ángel Ríos. Fue el encargado de traer de nuevos los carnavales después de años de ausencia. Genio y figura, organizaba y animaba los carnavales con un carisma difícil de igualar.

Creador y conductor del programa televisivo “Universo Tropical”, en los corsos se encontraba en su hábitat natural. Su trágica muerte en un siniestro vial en 1998 lo tomó trabajando para recuperar el esplendor del viejo club “14 de Febrero”.

Volviendo a los corsos, Dorrego fue una de las arterias junto con Av. San Martín más utilizadas para ellos, aunque los últimos de importancia que tuvo nuestra ciudad, en 1997, fueron sobre Av. Presidente Perón (Chapuy). Cabe acotar que más allá de ser fechas festivas, su organización siempre despertó polémicas y quejas de comerciantes y de vecinos, los primeros por la competencia desleal de quienes montaban sus puestos de venta con escasos controles municipales, los últimos por el estado en que quedaban sus frentes, muchas veces utilizados como mingitorios. 

 


LAS COMPARSAS LE DIERON BRILLO Y UN TOQUE EXÓTICO A LOS CORSOS DE VILLA CONSTITUCIÓN A LO LARGO DE LA HISTORIA. 


Cuando el carnaval era una fiesta

Pese a dichos y entredichos, el festejo de los carnavales a través de los corsos siempre despertaba gran entusiasmo, especialmente desde comienzos y hasta mediados del siglo pasado donde las diversiones eran escasas.

El escritor local Guildo Corres en su cuento “Las dos bodas de Chacho Giménez”, que tiene por ámbito los carnavales de la década de 1930, los retrata de la siguiente manera:

“Hasta ese precario paradero llegaba el bullicio que indicaba la iniciación de los corsos en aquel sábado de carnaval.

Los vecinos de la parte céntrica del pueblo se aprestaban alegres y despreocupados para reunirse en el perímetro de las tres cuadras de la coquetona Avenida San Martín, centro de los festejos. Por las calles de acceso a los ranchos marginales de la barranca nutridas falanjes de sus moradores se aprestaban para hacer lo mismo. Pasaban en animado parloteo, mujeres de edad portando sillas de paja para contemplar sentadas con toda comodidad ese suceso tan esperado durante largos y tediosos meses. Pescadores, estibadores portuarios, isleños recién llegados desde el otro lado del rio, venerables comadres acompañadas por sus críos, una infinidad de chiquilines mocosos y casi todos descalzos, parloteando excitados al divisar ya de lejos el cegador resplandor de las luces y el rumor incesante de la multitud ya reunida”.

 

El Dios Momo en los barrios

No solo fue la zona céntrica sitio de festejos carnavaleros, los barrios y los clubes como Riberas del Paraná, Porvenir Talleres y 14 de Febrero tuvieron míticos bailes para esas fechas.

El profesor Carlos Montini en su libro “La República” recuerda los de barrio Talleres, pero en general sirve como ejemplo de cómo se celebraban por entonces los carnavales a mediados del siglo XX:

“Comenzaban a las 22 hs. con una salva de bombas y finalizaban ala 1 también con disparos de bombas de estruendo.

Festejar los carnavales representaba tres motivos: los disfraces y máscaras, el juego con agua en las casas o calles, como también en el corso y luego en el baile. Los pomos eran de plomo, el olor del líquido era muy parecido al del agua florida. El papel picado siempre se encontraba en las manos de las personas, razón por lo cual siempre se debía tener la boca cerrada, ya que el papel no tenía muy buen gusto y ante la escasez de dinero a veces se juntaba del suelo.

Con anticipación se comenzaba con los preparativos de acuerdo con el dinero que se podía conseguir y si no lo había no era motivo para no disfrazarse, con una media en la cara, sacos prestados, cualquier cosa venia bien, sólo había que cambiar la voz y dar rienda suelta a la imaginación y a la alegría... Además, ser fantasma o linyera era común.

Las murgas se ponían en funcionamiento a la tarde. Sus instrumentes eran tachos, matracas, silbatos, maracas, etc... Recipientes con agua, escondidos y con alguna estrategia para tomar a las víctimas por sorpresa... Aquella que era solo espectadora del juego de los demás... Los globos multicolores llenos de agua también eran lanzados, siempre y cuando estuviesen bien inflados porque si no causaban dolor... Se arrojaban a todas las personas que se encontraban desprevenidas y a raíz de estos lanzamientos en muchísimas oportunidades algún mozo salía a defender a su dama y se terminaba en peleas”.

 


LAS VIEJAS COMPARSAS Y EL BRILLO DE ANTAÑO HOY SOLO SON UN RECUERDO MIENTRAS QUE HAY GENERACIONES QUE NO CONOCIERON ESTAS FIESTAS.


Carnavales de antaño en nuestras calles

Coincidiendo con Montini, el historiador Santiago Lischetti en su cuadernillo “Villa Constitución, anecdótica y pintoresca”, Tomo I, también destaca que en los carnavales: “Tres fueron sus características: los disfraces y máscaras, el juego con agua en las casas y calles, y los corsos.

Santiago Lischetti recordaba que “Con cierta antelación a la fecha, la gente aficionada comenzaba a preparar su disfraz; armábanse conjuntos —algunos orquestales—, comparsas y "murgas", poniéndose en juego todo tipo de ocurrencias, desde la "mascarita" grotesca de voz afectada para evitar la identificación, hasta la máscara elegante y distinguida remedadora de algún estilo histórico en su vestir y actuar, o de simple fantasía multicolor. El hombre tendía a disfrazarse generalmente con prendas del sexo opuesto exagerando hasta la comicidad ciertos atributos físicos de la mujer”.

 

La guerra de baldazos

“En los días señalados -continúa Lischetti-, apenas concluido el almuerzo, se ponía en funcionamiento en los barrios la "batería" de baldes, tachos y fuentones de todo calibre con lo que comenzaba la guerra del agua entre bandos femeninos y masculinos invadiendo la calle y suscitando un ir y venir a las fuentes proveedoras del líquido elemento, un impacto en el blanco constituía una victoria celebrada con gritos y risas estridentes, siendo una de las estratagemas tomar a la víctima a veces por sorpresa, víctima que era generalmente sólo espectadora del juego de los demás o interviniente desprevenida; durante las horas de juego, grupos de muchachos recorrían las calles en busca de contendientes, receptáculo en mano, portando asimismo globos de goma multicolores llenos de agua para hacer blanco en el momento oportuno. A las 18 la Comuna arrojaba bombas de estruendo anunciando que el juego debía darse por terminado quedando por ende prohibido molestar a transeúnte alguno”.

“Esta vieja costumbre de celebrar el carnaval con juegos de agua callejeros, produjo en el transcurso de su práctica muchos inconvenientes y hasta situaciones graves cuando eran agredidos quienes no participaban de la celebración recibiendo de improviso un baldazo de agua desde un zaguán o desde un balcón, transeúntes obligados a salir a la calle por circunstancias apremiantes o especiales, muchos de los cuales, ante la inminente preparación del ataque, solicitaban no ser molestados, sin obtener eco sus reiterados pedidos en tal sentido. El almanaque marcaba todos los años en rojo, sacrosantamente, los días dedicados a la locura carnavalesca”.

 

LOS CORSOS FUERON DURANTE MUCHOS AÑOS UNA DE LAS FIESTAS POPULARES MÁS ESPERADAS POR LOS VILLENSES.


Los corsos eran la fiesta más esperada

Lischetti recuerda que “el gran broche de cada jornada” eran los corsos “que empezaban a las 22 y se daban por terminados, también con bombas de estruendo, a la una de la madrugada, hora en que se iniciaban los "bailes de carnaval" en el Centro Español, Club Social, Sociedad Española y clubes deportivos.

“Una nutrida fila de carruajes de todo tipo -mecánicos y de tracción de sangre- recorría un circuito de varias cuadras en un ir y volver sobre la misma calle, o en torno de la plaza central como se hizo muchos años, adornados la mayoría con diversos motivos y para los que había instituidos premios, generalmente establecidos por la Comuna que, a la vez, cobraba entrada a los vehículos y "alquilaba" palcos centrales para disfrutar y participar del espectáculo. Desde los coches y desde los palcos de referencia -que los había también sobre las aceras- se entablaba un juego de serpentinas multicolores”.

 

Pomos y serpentinas

Matracas, pomos con agua, papel picado y serpentinas eran infaltables en los festejos. Estas últimas, según rememoraba Lischetti, eran tantas “que, en un momento dado, atascaba de tal manera los carruajes trabando y paralizando su desplazamiento, que se hacía menester salir a las calles laterales para limpiarlos del Impedimento papelero; también el papel picado tuvo auge en los últimos años del reinado de Momo cuando la serpentina clásica había ya casi desaparecido. Los pomos con "agua florida" hicieron época, reemplazándose décadas después por los globos de goma y artefactos plásticos”.

Viajando un poco más atrás en el tiempo, nuestro historiador señala que “En 1910 la Comuna prohíbe el juego con agua, siendo permitido hacerlo con "serpentinas, flores, caramelos, bombones y confites", penándose también el juego con huevos (vaciados y luego llenados con agua). "Los confites —dice una crónica de 1881— no son más que garbanzos o porotos con azúcar encima que deben prohibirse por el efecto de piedras que hacen sobre ni rostro de un prójimo".

 


LOS PREPARATIVOS PARA LOS CORSOS COMENZABAN MUCHO ANTES DE LA FECHA, A VECES MESES ANTES CON LA PREPARACIÓN DE LOS TRAJES.

 

El triste final de una fiesta popular

Lischetti puntualiza que “Los carnavales duraban, rigurosamente, sólo los días señalados para su celebración: domingo, lunes, martes y miércoles "de ceniza", luego el "entierro" representado muchas veces por un ataúd en andas, en el domingo último o sea el de esa misma semana.

Luego de la terminación del juego con agua a las 18 —como ya se ha dicho— por las entonces polvorientas calles de Villa —y años después de su pavimentación también— aparecían numerosas "mascaritas" sueltas o en grupos que, con sus ocurrencias, hacían las delicias de vecinos sentados en la vereda o de los que se asomaban al oír la algarabía de los chicos de la casa, pues muchos de ellos eran corridos intencionalmente por algún disfrazado al que rondaban pretendiendo arrancarle su vestimenta o su careta.

Para el final, entre tantas mascaritas, don Santiago rescata la siguiente: “Y, entre ellas, surge desde la penumbra de un tiempo que se fue, una figura singular y querida que todos los años al frente de una bullanguera y nutrida comparsa, vestido con prendas femeninas estrafalarias, un muñeco haciendo de bebé en el brazo izquierdo o, casi siempre un lechoncito vivo con bombachita y, dándose aire con una pantalla, regocijaba a la concurrencia marchando alegre, infatigable, risueño y ocurrente, con su pronunciada cojera de la pierna derecha producida por un accidente en el puerto donde trabajaba. Se le conocía por el apodo cariñoso de "Panduro" poro se llamaba Guillermo Knight, nacido en Norteamérica y fallecido en Buenos Aires; hablaba fluidamente el castellano y fue traductor muchas veces en nuestra Jefatura de Policía cuando era detenido algún tripulante inglés de barcos en nuestro puerto”

"Panduro es hoy el símbolo de un tiempo que pasó, del auge de hábitos celebratorios definitivamente muertos en la evolución de las costumbres de los pueblos, de un dios Momo que ya no tiene adoradores”, concluye Lischetti.

 


LAS MURGAS Y COMPARSAS, AL MENOS EN VILLA CONSTITUCIÓN, SE MARCHARON BAILANDO HACIA EL PASADO, PERO SOBREVIVEN EN EL RECUERDO DE MUCHOS VILLENSES. 


Desde el fondo de los tiempos

En 1992 se generó cierta polémica en torno a los corsos y la ya fallecida psicóloga, escritora y cantante Martha Báez, hizo su aporte a la discusión. Tomamos aquí un fragmento de una nota publicada en el desaparecido Semanario Tiempo, donde ahonda en la historia de los carnavales.

Para dilucidar la problemática, deberíamos remitimos a los orígenes del término, que tiene el registro de la memoria de la lengua. El lenguaje arrastra historia y, a partir de allí, podríamos llegar a descifrar lo que hoy pueden estar significando estos términos.

Carnaval (canelevare: carne y levare: quitar); carnevale, donde la carne vale; que sería una manera de decir darle placer a lo carnal. Originariamente el carnaval, era un período donde caía la ley y se permitía la transgresión, detrás del antifaz o careta. Las máscaras, servían para ocultar la identidad del sujeto al cual, oficialmente, se le otorgaba el permiso de “jugar” otra identidad. Es una fiesta de origen pagano que precede a la Cuaresma (período de ayunos y vigilias), en la cual se reinstala la prohibición. Esto de la carne - que tiene que ver con “lo carnal”- nos remite a todo aquello que se refiere a goces sexuales, falta de ley, desorden, despilfarro, falta de límites.

Es una ficción autorizada donde la gente juega en un tiempo limitado, de cuatro días, lo que (por el peso de la prohibición) no está permitido durante el año.

Por eso hay payasos, bufones, pistoleros, zorros, piratas, hombres que se disfrazan de mujer, gitanas brujas. A todo esto (en nuestra lengua) se le ha dado en llamar: Corso.

El término corso en el leguaje popular tiene la doble significación de locura o chifladura, por eso se suele decir: “este tiene un corso a contramano”. Tener un corso a contramano puede significar sufrir de una locura no estipulada como normal, no aceptada dentro de las reglas establecidas.

 




 

 

 

 



 

 


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